lunes, 30 de septiembre de 2013

Al pantano de los Hurones

Los que vivimos en Ubrique podemos sentir el privilegio de
 tener nuestra villa enclavada entre los dos parques naturales de todos conocidos.
Aprovechando el sosiego veraniego y el mayor número de horas de luz que conlleva,
aprovechamos una tarde para darnos un buen paseo al pantano de los Hurones...
¡Bueno, a la cola que la presa cae algo más lejillos de nuestro querido pueblo!



Así que sin demora, aquella tarde cogimos "carretera y manta" y
partimos por el antiguo camino de Ubrique a Algar hacia nuestro destino.
Íbamos cuidando de no arrimarnos mucho al filo pues,
esa capa tras capa de asfaltado superpuesto en distintos "arreglos",
le añaden una emoción extra a la marcha.
¡Hay que andar con buen ojo para no caer al abismo de la cuneta!



Durante la familiar travesía pudimos, como nos es innato, admirar
 todo el entorno que eso de bueno conlleva el caminar. Nos fijamos más allá
de la Vega de los Pastores, en uno -o el único- de los chozos que quedan en pie.
Eran las viviendas habituales de la sencilla gente de campo antaño, en los ranchos.



Más adelante llegamos a la antigua venta del Alférez.
¡A saber el por qué la curiosa etimología del lugar y las historias que encierra!
El manjar del verano para el ganado estaba cubicado y presto en la explanada.



Vimos estos juncos por aquellos lares y pensamos...
-"¡Tiene que haber agua cerca!"



¡Efectivamente!
Un arroyito casi imperceptible, partía de la puerta de lo que a todas luces
era una antigua fuente, seguramente no catalogada en el registro de los
 "Manantiales y fuentes de Andalucía", ese programa al que estamos adscritos
 de manera altruista y con el que hemos conseguido para Ubrique
 la certificación de "Villa de la Cien Fuentes"
-un honor que sólo poseen Santiago Pontones de Jaén y Ronda de Málaga. 
La fuente de la Venta del Alférez hace la número ciento quince, por lo pronto.



Una gallina de "pescuezo pelao" escarbaba en el barro en busca de posibles candidatos a su
dieta alimenticia, junto a dos elementos cotidianos de reciclaje urbano.



A una distancia prudencial del afloramiento de agua estaba la memoria,
 labrada en roca arenisca, de otras épocas más laboriosas y con más tiempo para 
crear recipientes imperecederos para el recogimiento del líquido elemento.



La gallinita se alejaba asustada y no sabemos si la causa de ello era por nosotros,
debido al raro artilugio negro que dispara fotos que llevábamos en las manos o
 porque se acercaba poco a poco un lindo, frágil e indefenso becerrito.
¡A propósito de pobre becerrito que se acerca!
Normalmente nunca van solos ni están en absoluto indefensos.



Caímos en la cuenta de que éramos observados por unos ojos grandes...
 ¡para nosotros! 
 y muy familiares... ¡para el becerro!



Su mamá se presentó para ver que es lo que pasaba y
solventar con una simple mirada cualquier posible agresión a su tierno hijo.
 -"¡Si no le vamos a hacer nada, mujer!"
- Le dijimos a la vaca de amplios y respetuosos cuernos.
-"¡Por si acaso! ¡A mi anterior hija no la vi más; creo que se la comisteis!"
- Nos mugió ella.



Sin remedio o con remedio, continuamos hacia delante. 
A la vista de la silueta del castillo de Fátima al fondo,
en el suelo del camino se marcaban los restos del paso de un rebaño trashumante.
La carretera discurre junto a una antigua cañada que aprovecha el suave nivel que ofrece...



el decorado con tonos rosas, curso del arroyo de la Matilla que...



 llegaba hasta el charco del Mennunco.
Los mayores dicen que aquello ya no es lo que era pero eso es lo que hay.
En el blog "Aznalmara. Imágenes de la Sierra de Cádiz", ya publicamos esta foto y
nuestra hermana Esperanza hizo un comentario explicando la etimología de
la tan pintoresca nomenclatura. Copiamos y pegamos directamente...
-(Se pregunta José Manuel Amarillo de dónde vendrá ese nombre,
y la respuesta es muy simpática y entrañable.
Atanasia, la nieta del "Mennunco" (traducido sería "me desnuco")
le contó a mi abuela que su abuelo, hombre de campo, se había enamorado,
 siendo joven, de una señorita del pueblo, y que el hombre no se terminaba de decidir
 a pedir permiso para cortejarla por timidez, por su manera de hablar...
Le tocó "servir" (hacer la mili) en Madrid, en la guardia real,
y el buen hombre se fue para allá decidido a aprender buenos modales
y buena expresión para después sorprender a su futura novia y a sus suegros.
En Madrid fue haciéndose a la idea de cómo hablaban los madrileños,
cómo se saludaban: "Celebro saludarla, señora" "Encantada, señor".
 Y el abuelo de Atanasia tomó nota para cuando fuera a hablar con su enamorada.
Cuando llegó el momento, y de vuelta en Ubrique, el hombre se decidió
a ir a pedir permiso al padre de su enamorada para cortejarla.
 Llamó a la puerta y lo hicieron esperar unos minutos en la salita.
El pobre estaba tan nervioso que memorizaba sus frases:
 "Celebro saludarlo, señor..."
Cuando el suegro entró en la salita, el pobre olvidó todas sus frases,
 y haciendo un esfuerzo pensó... "cerebro, cerebro"
Y dijo: "Mennunco en saludarlo, señor"
Ni que decir tiene que consiguió el permiso, una vez pasado el mal rato,
y que se casó con la señorita más tarde, convirtiéndose en el dueño del campo que,
 con el paso del tiempo, tomó el nombre de aquella genial anécdota,
tan entrañable, tan humana, tan sencilla y tan divertida).



Pues "Nosnuncamos" en haberla reseñado en Ubrique en verde, al igual que hizo
 su reseña en las coloridas adelfas, el nivel del agua del pantano después de la temporada
tan rica en lluvias que hemos vivido.



Y siendo julio cuando se realizaron estas fotos, es una maravilla ver tan lleno el pantano
desde el puente del Mennunco; también llamado puente de Cardela.
La llegada al pantano que ya se ve allá al fondo, pero por la carretera...



fue deslumbrante. Una soberbia estampa digna de la Gran Madre Tierra.
El crepúsculo vespertino imprimía esta maravilla al objetivo de nuestras complejas retinas.
A nuestra memoria acudieron entonces recuerdos de especies míticas,
 como Nessi que vive en las mentes ribereñas de un lago escocés. 
Sólo el suave mecido de las aguas por la brisa era el único movimiento
 perceptible en la quieta estampa pero de sorpresa,
aún con los ojos borrosos por el deslumbramiento de la escena...



 acertamos a vislumbrar en lontananza algo parecido a Nessi
 -que aquí se llamaría Huroni si hubiera sido el caso...



pero estábamos equivocados.
 Se trataba de unos esforzados piragüistas.
 Estábamos pensando en el esfuerzo necesario para la realización
de esa extraordinaria actividad, nada agresiva con el entorno, 
cuando otra vez de repente, nos llamó la atención...



un borboteo intenso que provenía del fondo de las aguas del pantano.
Las crecientes burbujas dieron paso a un deseado y mítico encuentro. 
De pronto, de las aguas plateadas del lago artificial, surgió...



¡Huroni!
¡Nuestro monstruo particular!
Sabíamos  desde nuestra fantasiosa infancia que existía y...
 ¡Por fin lo hemos visto!
 Pero...



nadie nos creería porque al percatarse de nuestra inesperada presencia,
 se zambulló con impaciente presteza y no lo volvimos a ver más.
¡Bueno, nadie no!
La leyenda del monstruo del pantano de los Hurones, comenzó y
 como siempre ocurre en estos casos, alguien lo cree...



y comienza la pretensión de capturarlo.
Al fin y al cabo si se tratase de un ser vivo real...
¡Habría que matarlo!



Sugestionados por la visión de Huroni, durante todo el camino de vuelta
 seguimos viendo aberraciones monstruosas imaginarias.
Por ejemplo este amenazador "algarroctopus" que
 sacaba sus tentáculos de la tierra para atacarnos...



o este cable que seguro es el camino que conduce hasta su guarida de Mulera,
al imaginario y peligroso "teleféricus cabeciense"; 
capaz de elevar y después dejar caer desde las alturas a sus presas. 
Por allí pasamos muy calladitos para no despertar al monstruo.
Pero la aberración monstruosa más peligrosa de la aventura que hoy nos concierne,
no es el monstruo Huroni y ni siquiera el pescador; tampoco lo es el algarrobo, 
a no ser que lo derribe el viento y pasemos por debajo en ese instante;
 ni siquiera es el teleférico de Ubrique porque nunca existió tal invento municipal.
Aquello con lo que hay que tener más cuidado cuando vayamos al pantano de los Hurones...



no es ni más ni menos que el lamentable estado de la carretera.
¡Eso sí que encierra verdadero peligro!



La aventura concluyó. 
No sabemos cuántas veces habremos ido al pantano en nuestra existencia,
 lo que es seguro es que ninguna fue tan emocionante como ésta...
¡O sí...!
 Todo depende de la imaginación con que miremos la vida.
Nos despedimos desde el puente de los Bohórquez en la vega de los Pastores,
mirando hacia atrás, de donde venimos de vuelta, 
con la tarde dando sus últimos estertores.
Esta última frase dicha en ubriqueño, sería, 
"...con la tarde dando la última boquejá".
¡Y a mucha honra!



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