viernes, 16 de agosto de 2013

II. El San Antonio. Sus secretos

En la primera parte de "El San Antonio. Sus secretos", recalcamos que nuestra torre particular sobresalía en todos los sentidos sobre la estética de Ubrique. 
Lo que no vimos es que el término "vivienda adosada" no es tan actual como podemos creer.
 El San Antonio tiene, no sólo una, sino una calle entera adosada,
 la del Callejón del Norte.
Por costumbre religiosa, la mayoría de los nombres impuestos a los sacros recintos, 
van dedicados al santo de la devoción (la entrega total a una experiencia,
 por lo general de carácter místico o la irresistible atracción hacia una idea o una persona).



 Y precisamente porque no íbamos a ser distintos por ello, es a San Antonio
a quien está dedicado el San Antonio y es su imagen la que centra la atención 
en el acogedor altar central. Lo que representa esta figura es eso que mueve a 
nuestra amiga Catalina a seguir luchando, pese a su edad, en su inquietud por mantener
 la Iglesia del San Antonio impoluta. No obstante habíamos adelantado que
 existían otras manos que dedicaban su tiempo libre a afanarse en el mantenimiento 
de nuestro emblemático edificio y unas de esas manos corresponden 
a un gran Ubriqueño, de la calle Ronda, ya veterano en este blog.



Nos referimos a Ramón Flores que aquí posa para Ubrique en verde cuando estaba
 enfaenado con los preparativos del Carnaval  de este año,
 como muy bien empleado municipal que es y que está.
(-¡Gracias de nuevo Ramón!
Ya sabías que ibas a salir otra vez en el blog.
¡Qué para eso era la segunda foto!-)



Con él atravesamos de nuevo esa puerta que anida en la mente y el corazón de todos los ubriqueños, incluidos los artistas. Nuestro objetivo es que nos enseñe algún secreto,
pero un secreto de verdad que guarde nuestra Torre.
 Algo digno de poseer dicho título y que la mayoría de los laicos desconociéramos.



Sin más dilación Ramón nos llevó justo detrás del sagrario, en el primer habitáculo trasero
(¿O delantero...?) donde está la ventana que da a la torre de la Iglesia y señalando un hueco de obra realizado en el  muro, hizo que agudizáramos la vista...



para admirar una estampa de la alcaldesa perpetua de Ubrique, 
la señora de los Remedios que lleva por lo visto clavada con chichetas
 al trasero de madera del altar, más de sesenta años.
Una vez reconocida nuestra grata sorpresa,
 Ramón nos acompaña directamente
por la puerta lateral de acceso...



al exclusivo mirador del San Antonio (en la ruta de los Miradores),
desde el que se puede contar con unas exquisitas panorámicas de nuestro pueblo,
muy recomendables para introducirlas en las retinas pero que no son ningún secreto.



Ubrique en verde nunca puede resistir la tentación de tomar imágenes de sus temas,
 en la gran variedad de desplazamientos en los que se ve envuelto
 y en todas las posiciones imaginables. Menos mal que estamos
versando sobre el San Antonio, que si no,
¿a ver quién iba a imaginar qué era esto, sacado de contexto?



Estar tan cerca del San Antonio con sus ventanitas verdes -¡Vaya, verdes!-
nos produce siempre una extraña sensación. Una honda emoción nos embarga
cuando desde aquí podemos contemplar el Calvario de Ubrique, allá en lontananza y
viendo el montículo a su izquierda no podemos olvidar nunca, la sempiterna pregunta...



Desde aquí podemos corroborar in situ aquella frase que apostillamos en la primera parte...



"Encaramado literalmente sobre las rocas,
  de entre ellas emerge con esa grandeza que le imprime su propia humildad."
Como humilde y grande es también nuestra Casa Grande, a sus pies
 y de la que en esta toma se ve, lo que no se ve desde la Plaza...su fachada trasera.



Ramón, nuestro cicerone colaborador, nos invita a subir por unas antiguas escaleras.
Vamos en busca de los más altos secretos del San Antonio.



En nuestro ascenso por las plantas sucesivas, va llamándonos la atención, tanto
la cuerda que pende eniesta y que sujeta el badajo de la única campana, como...



la portichuela que desvela el secreto de la parte superior de la bóveda de medio cañón.



Subiendo escaleras en un ejercicio puramente aeróbico, siguiendo la cuerda del recuento
 de vigas de quejigo que soportan los suelos de las entreplantas,
llegamos a otro de los secretos de nuestro San Antonio...



la maquinaria del reloj que junto al de la fábrica del Santamaría en los Callejones,
llevan desde antaño con más o menos exactitud (que al fin y al cabo poco importa),
brindándonos la puntual información horaria. Es un soberbio instrumento al que hay
 que dar cuerda periódicamente para su normal funcionamiento y que está protegido...



por una sobria cabina, junto a la que se eleva la última escalinata, ésta de madera y
que a su término descubrimos el penúltimo secreto del San Antonio...



el discreto campanario que es la sublimación de sus alturas y una vez encaramados 
en él, tenemos un soberbio encuadre de nuestro emblema natural que es la Cruz del Tajo.



Las tejas árabes tradicionales en nuestros lares, las hembras boca arriba
y los machos boca abajo entrelazados con ellas,
aplacan la intensidad pluviométrica de estas tierras.
 Hay que constatar que Ubrique se halla muy cerquita de la población española
 sobre la que más llueve y las cubiertas moras cumplen desde siglos,
perfectamente su impermeable función.



Con un poco de inclinación corporal, podemos vislumbrar por un lateral del culmen de la espadaña, a otros protagonistas de este humilde blog, nos referimos a los perritos aunque aún no estuviesen en flor en esta toma y que es como más gustan...
-"¿Eh? ¿Que qué pasa con el Convento y el Salto de la Mora a sus espaldas donde están las ruinas romanas de Ocurrris? ¡Pues nada... perfecto!"



Desde aquí podemos estar orgullosos de haber ahondado en profundidad 
en los secretos de nuestro querido San Antonio.
 Ubrique bello, rinde pleitesía fascinada a su carismático emblema.
Una sensación turbadora se experimenta cada cuarto de hora aquí arriba pero sin problemas,
la baranda está para agarrarse si entra el mareillo. 
Y tenemos que mirar el reloj ya que como decimos, cada quince minutos...



la maquinaria del reloj acciona el martillo contra la campana y el sobresalto puede ser morrocotudo aquí que casi estamos rozando las nubes.
 Con la cuerda del badajo se acciona manualmente desde abajo (por la rima)
para la llamada a los feligreses en los pocos días que se destina la ermita
 al culto popular de los de acá. Con el sonido de las campanadas es probable 
que siempre salgan volando en desbandada y por el susto,
 los gorriones y las ratas voladoras que se posan sobre los salientes del edificio.



Pero vive en el San Antonio más arriba de la campana, una avecilla que pese a las campanadas
de las señales horarias  o las de llamada a sermón, se muestra impávida e impertérrita.
A ese pájaro no hay quién lo espante y posiblemente 
esté posado en el mismo lugar desde hace dos siglos.



Exactamente en la veleta porque se trata de un pájaro de hierro, sin ser avión.
 Tiene la peculiaridad de que pasa desapercibido porque la mera visión de
 la estampa del San Antonio, obnubila las mentes hasta tal punto que obliga
 a las neuronas a no centrar atención en los detalles.



Pero sí nos vemos obligados a centrar y muy mucho, todo nuestro intelecto 
para retornar de una pieza por los verticales peldaños de madera 
de regreso a tierra firme. Mientras descendemos de
 la dichosa y bienhallada aventura nos vamos a hacer una extraña pregunta secreta...
-"¿Qué tiene que ver el San Antonio de Ubrique con la Torre inclinada de Pisa?"
¡Ahí queda la pregunta! ¡Y aquí está la respuesta!
Pues tiene que ver con la próxima entrega de Ubrique en verde, titulada...



Construcciones soberbias y exclusivas de un sorprendente paisano nuestro que nos dejará desvelar los secretos de su increible entretenimiento, por amor al arte.



De una u otra manera, el San Antonio (con sus ventanitas verdes) 
siempre ha estado, está y seguirá estando, 
en el corazón de todos los que sentimos a Ubrique como nuestro querido y adorado pueblo.

(Nuestro agradecimiento a Catalina y a Ramón)



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